«En el barrio de Santa Fe de Zaragoza es una curiosidad urbanística y una vergüenza histórica. A una docena escasa de kilómetros del Pilar, se encuentra el testimonio de un monasterio cisterciense rodeada de urbanizaciones y chalés, ejerciendo de isla urbana. La carretera de acceso al núcleo es del municipio de Zaragoza, pero su derecha pertenece a Cadrete y su izquierda a Cuarte. Los residentes de este singular entorno te hablan de que por allí viven futbolistas del Zaragoza o Marianico el Corto, pero se quedan callados al hablar del Monasterio. Salvo Vicente y Rosa que viven adosados a la muralla que rodea el recinto monástico.
Qué van a decir. Del cisterciense monasterio de Santa Fe fundado en 1341 no queda nada. Del monasterio de «Bernardos» construido| en el siglo XVIII sobre el primitivo, los franceses en la Guerra de la Independencia con sus balas y después los aragoneses con su indiferencia, no han dejado más que ruinas vergonzantes. Una majestuosa iglesia «por el orden de una catedral», cerrada a cal v canto para evitar algún accidente y una maltrecha muralla, con maltrechos cubos semiesféricos. La mayoría de los cubos y muros han sido aprovechados para hacer casas, si bien queda algún tramo precioso como el de la calle Mainar. Todo es propiedad privada. La Iglesia y las casas de labradores construidas dentro de la muralla, son de una veintena de familias. Me las han contado: «Actualmente viven doce personas y el pintor».
Frente a la impresión casi medieval, campesina y familiar de esta curiosa comunidad del recinto monacal, el entorno se ha poblado de casitas a ambos lados del Huerva. Son de Cuarte o de Cadrete. Segundas y primeras residencias por su proximidad a la capital rodean a los 12 zaragozanos que viven intramuros, en la isla. Al llegar al monasterio un gran cartel dice: «Te quedan solo 200 metros para tu felicidad». La felicidad se encuentra no en las paredes del convento, sino en las casitas que están construyendo alrededor. Y es que son plantas bajas «con jardín privado»-y con garaje para dos coches. Un hijo tan cerca, pero tan lejos. Me dicen que hay villas de un millón de euros.
A pesar de haber comido bien en el restaurante La Muralla, me marcho cabreado de ver que lo histórico artístico está igual que hace diez años. Solo progresa lo histérico urbanístico. El monasterio de Santa Fe era la entrada a Zaragoza no solamente desde Teruel, sino también de la carretera real de Madrid, que pasaba por Molina de Aragón y Daroca. Allí descansaban las visitas reales, y al monasterio acudían las autoridades zaragozanas para recibir a los monarcas. Ahora no acude nadie. Lo cuento para excitar la visita al Monasterio, a ver si excitamos el celo de quien corresponda, y se pone algún remedio a este desastre. La caballería francesa, rechazada de Zaragoza en el Sitio de 1808, ocupó y machacó el monasterio. Ahora se celebra el bicentanario de los Sitios. Pues este es un sitio pero que muy singular, que habrá que esconder a los visitantes de la Expo. Si, excitado su interés, se acercan a Santa Fe, soy optimista y creo que me entenderán. “Maño, que torpe eres”, me dice la señora Rosa.»
Miguel Caballú. Heraldo de Aragón, 2007