Santa Fe. Un Monasterio para el 2008

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«En el barrio de Santa Fe de Za­ragoza es una curiosidad urbanística y una vergüenza histórica. A una docena escasa de kilómetros del Pilar, se encuentra el testimonio de un monasterio cisterciense rodeada de urbanizaciones y chalés, ejerciendo de isla urbana. La carretera de acceso al núcleo es del municipio de Zaragoza, pero su derecha pertenece a Cadrete y su izquierda a Cuarte. Los residentes de este singular entorno te hablan de que por allí viven futbolistas del Zaragoza o Marianico el Corto, pero se quedan callados al hablar del Monasterio. Salvo Vicente y Rosa que viven adosados a la muralla que rodea el recinto monástico.

Qué van a decir. Del cisterciense monasterio de Santa Fe fundado en 1341 no queda nada. Del monasterio de «Bernardos» construido| en el siglo XVIII sobre el primitivo, los franceses en la Guerra de la Independencia con sus balas y después los aragoneses con su indiferencia, no han dejado más que ruinas vergonzantes. Una majestuosa iglesia «por el orden de una catedral», cerrada a cal v canto para evitar algún accidente y una maltrecha muralla, con mal­trechos cubos semiesféricos. La mayoría de los cubos y muros han sido aprovechados para hacer ca­sas, si bien queda algún tramo pre­cioso como el de la calle Mainar. Todo es propiedad privada. La Iglesia y las casas de labradores construidas dentro de la muralla, son de una veintena de familias. Me las han contado: «Actualmen­te viven doce personas y el pintor».

Frente a la impresión casi medieval, campesina y familiar de es­ta curiosa comunidad del recinto monacal, el entorno se ha poblado de casitas a ambos lados del Huerva. Son de Cuarte o de Cadrete. Se­gundas y primeras residencias por su proximidad a la capital rodean a los 12 zaragozanos que viven in­tramuros, en la isla. Al llegar al monasterio un gran cartel dice: «Te quedan solo 200 metros para tu felicidad». La felicidad se en­cuentra no en las paredes del con­vento, sino en las casitas que están construyendo alrededor. Y es que son plantas bajas «con jardín pri­vado»-y con garaje para dos co­ches. Un hijo tan cerca, pero tan lejos. Me dicen que hay villas de un millón de euros.

A pesar de haber comido bien en el restaurante La Muralla, me marcho cabreado de ver que lo histó­rico artístico está igual que hace diez años. Solo progresa lo histé­rico urbanístico. El monasterio de Santa Fe era la entrada a Zaragoza no solamente desde Teruel, sino también de la carretera real de Ma­drid, que pasaba por Molina de Aragón y Daroca. Allí descansaban las visitas reales, y al monasterio acudían las autoridades zara­gozanas para recibir a los monar­cas. Ahora no acude nadie. Lo cuento para excitar la visita al Mo­nasterio, a ver si excitamos el celo de quien corresponda, y se pone algún remedio a este desastre. La caballería francesa, rechazada de Zaragoza en el Sitio de 1808, ocu­pó y machacó el monasterio. Ahora se celebra el bicentanario de los Sitios. Pues este es un sitio pero que muy singular, que habrá que esconder a los visitantes de la Expo. Si, excitado su interés, se acercan a Santa Fe, soy optimista y creo que me entenderán. “Maño, que torpe eres”, me dice la señora Rosa.»

Miguel Caballú. Heraldo de Aragón, 2007

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