Santa Fe de Huerva, una triste mirada a nuestro pasado. Un artículo de 1970 todavía vigente (I)

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En sus tiempos de esplendor, esta abadía de bernardos cistercienses cobraba tributo de vasallaje a los vecinos de Cadrete y Cuarte

«Y cual si un tiempo, viniera estrecho para los edificios religiosos el recinto de la piadosa ciudad del Pilar, ciñen por afuera sus tapias una porción de conventos ni más recordables ni más venturosos en su actual estado que los del interior, y a lo largo de los ríos que cruzan su dilatadísima llanura se asientan todavía vastos monasterios o devotas ermitas…»

«Aragón», de José María Cuadrado. 1886

Niebla. Y un mañanero frío que se alivia al calor de unos sarmientos encendidos. Vino tinto en la bota y carne en la brasa. Un cazador se acerca al amor de una lumbre. De los pantalones, húmedos le nacen vapores al arrimarse al fuego. Pasa la bota.

A mí, el campo me gusta mucho. Todos los domingos salgo por ahí ¿Caza? Bah, apenas. Algún tordo.

Estamos a dos leguas de Zaragoza, en su término –que escribían los antiguos-, a la orilla izquierda del río la Huerva. A pocos pasos de nuestra acampada momentánea está el que fue Real Monasterio de Nuestra Señora de la Santa Fe de Huerva. De Huerva o de Cadrete, que de las dos maneras se nombra en las crónicas.

Monasterio de Santa Fe visto desde la plaza hacia 1970

La leyenda de Santa Fe o la cogulla que hizo de puente

Santa Fe tiene su leyenda y su milagro ¿Quién se resiste a contarla? Se veneraba en un convento cercano a Alcolea de Cinca el de Montesclaros, según ciertas referencias, fundado a mediados de siglo XIII bajo la protección del rey Jaime I, una antiquísima imagen de la Virgen. Andando el tiempo, los religiosos tuvieron que trasladarse de monasterio y llevaron consigo la sagrada efigie. Pero al tener que vadear el río Cinca no pudieron hacerlo porque era mucha su crecida. El abad, entonces imploró a la Virgen y, “como obedeciendo a un mandato”, se quitó la cogulla, la tendió en el río y pasaron por él la santa imagen, el abad y los monjes que le acompañaban. Para conmemorar el milagro hecho fundaron un monasterio que por la fe que impulsó al abad fue denominado de Nuestra Señora de la Santa Fe. Años más tarde, cuentan las crónicas, el vizconde de Biota costeó una rica capilla en el claustro del monasterio, donde se rindió culto a la imagen que desde entonces tomo el nombre de Nuestra Señora del Claustro.

Vasallos y señores

El caso es, dejando a un lado la leyenda y pasándonos a lo poquito que sabemos de la historia, que el citado monasterio de bernardos cistercienses se dice fundado en 1341 por el rico y devoto Miguel Pérez Zapata. No obstante, en el portalón de entrada al recinto del ex monasterio (arco de medio punto, columnas corintias, roseton con tres imágenes decapitadas: la del centro, en un riquísimo medallón, con la Inmaculada, ángeles y la Trinidad) hay nota de dos fechas: 1234, en un escudo de piedra negra con las siglas SF de Santa Fe, y 1347. La fábrica de la entrada es de ladrillo y da paso en el recinto amurallado. En su mayor parte –reconstrucciones y derribos a un tiempo- se conserva aún.

El Císter –digamos para situar la cuestión- se dividía en congregaciones, una o varias en cada país. Una de las españolas fue la Congregación Aragonesa, que estaba compuesta por los monasterios cistercienses de Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca. La erigió Paulo V en 1616. En total la formaban dieciocho monasterios, y entre ellos destacaron Poblet, Santes Creus, Piedra y Veruela, existentes desde el siglo XIII.

Y salvado el inciso, sigamos con Santa Fe. Los edificios fueron en un principio modestos. Santiago Gil Pilarcés, en su estudio “Cadrete, un municipio del valle del Huerva”, ha profundizado en el tema. Bebemos de sus fuentes, que se dice en estos casos. Madoz habla de la precaria existencia de los primitivos monjes: “Trabajaban espuertas, cestos y demas efectos de mimbre que recogían en la ribera del Huerva… Paulatinamente fueron cultivando tierras en las llanuras de Cadrete y Cuarte.”

La fundación de Santa Fe es un jalón que marca la historia y la prosperidad de aquellas tierras. Cuarte y Cadrete pasan a ser vasallos del monasterio, y el abad, señor al que han de tributar los vecinos. “Recibían del monasterio tierras y casas con la obligación de pagar cada año un quiñón en trigo por cada cahiz de tierra que recibían para cultivar, y de 40 a 60 reales anuales por las casas que habitaban”. Comienza así una gran labor de colonización y redención de aquellas tierras yermas, bajo la tutela de los monjes, a lo largo de los siglos XIV, XV y XVI. Se lleva el agua a las terrazas altas y se construye el azud y las acequias que transformarán en rica vega las orillas del Huerva.» (Juan Domínguez Lasierra. Heraldo de Aragón)

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