Hace falta mucha fe para creer lo que allí se ve. Véase o léase: en el propio término municipal de Zaragoza. adscrito al distrito de Casablanca, a 10 Km. de la plaza de Aragón, puede verse un desastre increíble. Del cisterciense monasterio de Santa Fe fundado en 1341 no queda nada. Quizá, con suerte, alguna canasta porque dice Madoz: «Los primitivos monges trabajaban espuertas, cestos y demás efectos de mimbre que recogían de la ribera del Huelva». Del monasterio de «Bernardos» construido en el siglo XVIII sobre el primitivo, los franceses en la Guerra de la Independencia con sus balas y, desde entonces, los aragoneses y las aragonesas con su indiferencia, no han dejado más que ruinas vergonzantes.
Una majestuosa iglesia «por el orden de una catedral», cerrada a cal y canto para evitar algún accidente y una maltrecha muralla, con maltrechos cubos semiesféricos de trecho en trecho. En la misma un estrecho y noble portalón con una cartela con ficha de 1797 por el que se accede al gran patio. Ahora ocho familias viven en el interior del recinto amurallado que acaba de cumplir doscientos años mire usted qué ocasión para hacer algo. Todo, incluso la gran iglesia, es de propiedad particular. Hasta hace treinta años aún se celebraba misa en la capilla de la sacristía. Ahora sólo se celebra cada día el casi milagro de que no se caiga la «torre menuda» o se hunda la «torre gorda» como las llama la señora Rosa que vive enfrente. La primera es una esbelta torre de tres cuerpos de ladrillo como todo el conjunto de la inmensa iglesia. La segunda es la cúpula del crucero sobre tambor octogonal y tiene en los ochavos cuatro grandes esculturas de santos. Todos sin cabeza menos uno. Me dicen que en la cúpula se pusieron un par de millones inteligentemente empleados por el arquitecto Ángel Peropadre en detener una ruina galopante.
En el entorno suele haber paseantes al galope entre los muchísimos chalets junto al cauce del río. En el Sisallete, lo que era olmeda son casitas y casas «de diseño». Sólo quedan nobles algarrobos en el paseo de ronda de la muralla, frente a los cubos mejor conservados, La carretera de asfalto se acaba en una gran paridera. Es frontera entre Zaragoza. Cuarte y Cadrete. Y como si de frontera mexicana se tratase hay un restaurante asador tal cual los de Texas o Arizona Se llama El Paso, y presume de pescados y carnes a la brasa y de cotizado chuletón. También hay otro Bar Muralla de Santa Fe donde hacer buenas salsas de setas y de roquefort. Lo cuento para excitar la visita al monasterio, a ver si excitamos el celo de quien corresponda (Aragón todo), y se pone algún remedio a este desastre. La caballería francesa, rechazada de Zaragoza en el Sitio de 1808, ocupó y machacó el monasterio de Santa Fe. Y no hemos tenido tiempo de restaurarlo. Ahora mucho se nombra y hasta se celebra el centenario de aquel desastre nacional del noventa y ocho. Si, excitado su interés, se acercan hasta Santa Fe durante este año verán en versión aragonesa otro desastre del XIX… en el noventa y ocho. Dibujo: Teodoro Pérez Bordetas. Texto: Miguel Caballú Albiac.