Un gran templo barroco olvidado y necesitado de una recuperación

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El Monasterio de Santa Fe de Huerva conserva la muralla, con torreones cilíndricos y la puerta de acceso al recinto. Dentro está la Iglesia, de grandes dimensiones, de la que sólo se mantienen en pie la cúpula; el resto de las bóvedas se ha venido abajo. Para llegar hasta allí, si salimos de Zaragoza por la carretera nacional 330 en dirección a Valencia, a unos 6 km de la salida, quedaremos sorprendidos al contemplar a la izquierda, y próxima a la carretera, la impresionante mole de una iglesia con gran cúpula, que aparece rodeada de naves industriales y chalets. Allí están los despojos arquitectónicos de lo que fue el monasterio de Santa Fe, de la orden del Císter.

Desde el 20 de abril de 1979, gracias a la me­moria redactada por el arquitecto Ángel Peropadre, la iglesia y la puerta principal del monasterio de Santa Fe de Huerva son monumento nacional, pero sigue siendo pro­piedad de varios particulares, y si bien se evitó la destrucción de la cúpula, restaura­da por dicho arquitecto, el resto del templo está esperando la continuación de esa res­tauración sólo comenzada.

El monasterio de Santa Fe, situado a orillas del río Huerva, entre los pueblos de Cuarte y de Cadrete, fue fundado en su ac­tual emplazamiento en 1344. Contó para su sustento con las tierras de cultivo de dichos pueblos, trabajadas por campesinos mudejares has­ta su expulsión de tierras aragonesas en 1610. Los monjes llevaron a cabo unas mejoras de la infraestructura de riego, construyendo un azud para tomar las aguas del Huerva y llevarlas mediante acequias a las huertas, donde cultivaron hortalizas y frutales, especialmente de du-raznillas; asimismo, plantaron frondosos árboles en las márgenes del río. Las tierras de secano estuvieron dedicadas al cultivo de olivos, de los que se obtenía abundante aceite que se vendía en su mayor par­te, y viñas productoras de afamadas uvas para colgar, tal como refie­re Ignacio Jordán de Asso.

El monasterio de Santa Fe no fue tan rico como los monasterios her­manos de Veruela, Rueda y Piedra. De las construcciones monásticas medievales, que se edificaron en los siglos XIV y XV, nada queda, pues en el siglo XVIII el monasterio fue totalmente reedificado, en época de bonanza económica. La im­presión que producen los restos arquitectónicos del monasterio no puede ser más desoladora. De pro­piedad privada, el deterioro pro­gresivo tras la exclaustración de 1835, y la desidia de los propie­tarios, se han enseñoreado de los edificios conservados, situados en torno a la iglesia. Se mantiene en pie la muralla del monasterio, con torreones cilindricos, y en ella la puerta que da acceso al recin­to monástico, en la que aparece la fecha de 1797, que sería, sin du­da, la de conclusión del la reedi­ficación de la misma, sustituyen­do a una más antigua.

La iglesia resulta impresionan­te por su monumentalidad y di­mensiones. Corresponde al barro­co clasicista o de la Academia y fue proyectada, según Madoz, por un hermano cisterciense que se había formado con Ventura Rodrí­guez. Su construcción se iniciaría hacia 1774, según dicho autor, y en 1778 según fuentes cistercienses, y se dilataría unos años, es­tando ya terminada cuando An­tonio Ponz visitó en 1788 la «bue­na Iglesia nueva». Edificada en mampostería y ladrillo, es de planta basilical y su interior pre­senta el espacio organizado en tres naves, separadas por pilares decorados con pilastras de orden corintio. Las bóvedas que las cu­bren se han venido abajo, que­dando a la intemperie el templo, y sólo se mantiene solitaria la gran cúpula levantada sobre el crucero, que fue apeada con una estructura de hormigón restau­rada por el arquitecto Ángel Peropadre a partir de 1981, dado el peligro de desplome que había.

Esta cúpula, hecha en ladrillo y piedra, está formada por ocho paños y se eleva sobre un tambor octogonal, con grandes ventana­les rematados por frontones trian­gulares y flanqueados por co­lumnas y pilastras clasicistas. En los ochavos aparecen cuatro esta­tuas de piedra, parcialmente mu­tiladas, que representan a los Pa­dres de la Iglesia Occidental. A los pies del templo, al lado derecho de la fachada, se mantiene en pie una torre de tres cuerpos.

El interior de la iglesia es una ruina total. Dividida en dos par­tes por los propietarios adqui­rientes del monasterio, ha servido hasta hace poco como almacén de maquinaría y productos agrícolas.

Resulta inexplicable que un conjunto de tanta belleza y pres­tancia se halle en el estado de abandono en que se encuentra. ¡Reaccionaremos los aragoneses y las autoridades ante tal incuria y devolveremos al monasterio de Santa Fe, al menos, parte de la prestancia que tuvo!. Así lo dese­amos. La Fe es lo último que se pierde.» (APUDEPA. Heraldo de Aragón, 1997)

Ocaso y final del cenobio

Tras la reedificación barroca de finales del siglo XVIII pronto llegarían al monasterio de San Fe el ocaso y las desgracias. El 16 de junio de 1808, durante el Primer Sitio de Zaragoza, tropas francesas de caballería entraron en él, saqueándolo. Mataron al abad, al hermano cillero y a otros dos o tres monjes, robaron el dinero, los vasos sagrados y las piezas de orfebrería, y destruyeron los altares.

Tan gran quebranto ya no permitió recuperarse al monasterio. En 1820, con el primer intento desamortizador, fueron vendidas la mayor parte de las tierras y propiedades del monasterio. Restituidas en 1823 a los monjes con la exclaustración definitiva de 1 835, las tierras retornaron a los compradores de 1820 y a otros nuevos que adquirieron las edificaciones monásticas.

Cuando Pascual Madoz visitó Santa Fe poco antes de 1850, describió el lamentable estado de la iglesia: «La arquitectura de la nueva iglesia, es de orden corintio, construida con riqueza y muy buen gusto. Lástima causa que un edificio de esta naturaleza se halle en un estado de casi total abandono».

Los orígenes de Santa Fe

En sus orígenes, el monasterio cisterciense de Santa Fe no estuvo emplazado cerca de Zaragoza, sino en términos de la localidad oscense de Alcolea de Cinca, cercano, por lo tanto, al Real Monasterio de Sijena. Se fundó en 1223 con el nombre de Fuenteclara en la partida de su nombre, donde se construyeron las dependencias monásticas. Pero ese asentamiento monástico solo duró un siglo, ya que los monjes bernardos lo abandonarían debido al aislamiento del cenobio y los peligros que corrían por los malhechores y salteadores que abundaban en la zona.

En 1344, por invitación y bajo el patrocino de don Miguel Pérez Zapata, señor de Cadrete, los monjes se asentaron en un lugar próximo a Zaragoza a orillas del río Huerva, en terrenos propiedad del promotor.

Allí es donde se fundaría definitivamente el monasterio de Santa Fe, dotándolo el fundador en 1358 con su señorío de Cadrete, con sus tierras de labor, huertas y pastos, conformaron el señorío monástico de Santa Fe.

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